El tirano tiene en Shakespeare una cuota especial de presencia: por citar sólo los miembros más eminentes de esta abyecta saga: Ricardo III, Macbeth, Lear, Coriolano. Ahora bien, no es el mismo tipo de tirano, ni les mueven impulsos de una idéntica naturaleza, de forma que es interesante el «corpus» tiránico que Greenblatt, uno de los mejores especialistas en el bardo, logra construir en este texto.
Quizás las dos críticas que se le puedan hacer a un texto tan bien formado sean caprichosas, pero voy a darme un capricho: uno, se comprende que el escándalo de haber elegido a Trump envíe a los anglosajones a según qué exploraciones del propio alma que el resto del mundo observa con simpatía, pero a más distancia; dos, la cita de los textos de Shakespeare, tan precisas y bien ubicadas, terminan por desangrarlas: fuera de contexto, la infinita gracia e inteligencia del escritor se mundaniza, y no me gusta. En el lado positivo, un efecto físico: efectivamente, el libro logra ponerte en contacto con el tirano. Y sientes un escalofrío.
