El nuevo período de entreguerras

El nuevo período de entreguerras Sobre Radiaciones, de Ernst Jünger. (Tusquets, 2024).

Me reprocho no haber leído a Jünger antes de encontrarme con este diario de guerra. No diría que es imperdonable, porque entonces habría demasiadas cuentas que saldar: soy un lector anárquico, sin más método que el instinto. Testigo más que lúcido, punzante, del siglo XX, Jünger —escritor y entomólogo (no es un error) alemán— habría engrosado con naturalidad las filas de aquellos que, desde la altura de la palabra escrita, fueran los mentores de mis años de formación sentimental, mi bildung entre parterres de geranios, discos de Pink Floyd y bocadillos de chorizoteror. Sus obras habrían acompañado sin violencia las de Hannah Arendt, Primo Levi y Viktor Frankl. Ya imagino a Ernst, mercurial y distinguido, en la balda del team Shoah.

Pero no. A explicar esta imposibilidad dedico las letras que siguen.

Radiaciones es una recopilación de diarios escritos durante la Segunda Guerra Mundial por un oficial del Alto Mando Alemán, ya cuarentón y veterano de la Gran Guerra, que observa desde su amado París los horrores de un conflicto que deshumaniza a los individuos. Ese oficial, Jünger, era ya un escritor consagrado y traducido para entonces. Véase: «El ser humano exhibe, en correspondencia con eso, rasgos ambiguos. […] Quedan siempre de ese modo algunos sitios donde la naturaleza ha obrado con mucha incuria al cortarnos los trajes animales.» O “el pensamiento es como un pez que se alimenta en las profundidades del alma. Lo cuidamos, le damos de comer, y cuando crece, regresa de los abismos trayendo consigo algo que no conocíamos.» A veces le puede la zoología, pero es estupendo.

Jünger describe la Segunda Guerra Mundial como una contienda absoluta, “una guerra entre Estados, una guerra entre pueblos, una guerra civil y una guerra de religión, llevada hasta extremos zoológicos, inconcebible incluso para von Clausewitz”. Odia y, a partes iguales, desprecia a los nazis, a los que se refiere como “lémures”. En eso no se deja llevar por el afán taxonómico: los lémures eran para los romanos los espíritus de los muertos que regresaban para atormentar a los vivos. Sus rostros deformes alumbrados por hogueras que ellos mismos prendieran, hieráticos o danzando en fiestas paganas del horror, tan terribles como ridículos, ahí están: lémures. Exacto.

Ahora bien: con toda la potencia de su reflexión sobre la deshumanización de la guerra -de la confrontación y sus circunvoluciones-, con toda la luminosidad de sus razonamientos, Jünger sólo podía tener noticias del holocausto de las balas (el de los Einsatzgruppen: no imaginaba, quizás también para él fuera inconcebible, que paralelamente, en la oscuridad, se perpetraba un crimen de tal magnitud que ni el espíritu de la guerra más salvaje podría contener, pues su ámbito no es bélico, sino moral.

Este límite sitúa a Jünger en una posición ambigua. Por un lado, es un testigo agudo de la despersonalización en la guerra; por otro, su perspectiva histórica y filosófica no alcanzó a integrar el genocidio industrial como el centro ontológico de nuestra era. Es aquí donde Jünger resuena como un «hombre gozne«, atrapado entre el mundo antiguo y la conciencia moderna que emerge precisamente del conocimiento y la asunción del Holocausto como abismo moral de la humanidad.

De esta reflexión emerge una inquietante resonancia con nuestro presente, o eso quiere uno sentir con escalofrío. Este momento de la historia se parece al período de entreguerras, cuando la democracia liberal fue cuestionada por dos fanatismos totalitarios: el fascismo y el comunismo estalinista.

Ambos radicalismos se alimentaron de la desaparición de las clases medias y del descrédito de las élites biempensantes, a la que sin duda Jünger, en quien no es difícil detectar la altanería prusiana de la Wehrmacht frente a la “turba iletrada” nazi, pertenecía. Hay que recordar cómo el fascismo arrebató el voto proletario a la izquierda, a través de una narrativa nacionalista y autoritaria.

Hoy vivimos un fenómeno similar: el proletariado ha sido sustituido por el precariado, un término acuñado por Guy Standing para describir a esa nueva clase social marcada por la inestabilidad laboral, la precariedad económica y la exclusión de los derechos sociales tradicionales. En suma: nuestros hijos.

Populismo, polarización y descrédito de la democracia.

Todo comienza así: primero poco a poco y después, de repente.

Enero 2025.

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