Un autor ya consagrado en este rincón de lectura se lanza de nuevo a la persecución de la liebre esquiva de la ciencia del siglo XX. Labatut, que en Un verdor terrible exploró sus huellas, sigue ahora la pista en un terreno más incierto: la bifurcación sombría que el reflejo cuántico de la liebre tomó, oculto entre arbustos, cuando nadie reparaba en su huida. De esa distracción surgió el tormento de Paul Ehrenfest, primer personaje de esta novela que vislumbra hacia dónde podían arrastrarnos, sin apenas resistencia, nuestros juegos atómicos. Se lo dijo, parece, a Einstein; éste, a su vez, a Roosevelt en una célebre carta.
Al grano: ¿puede estar la ciencia contaminada por El Mal? Pista: la madriguera hacia la que se afana en llegar la liebre contiene hongos: uno es atómico.
Pero el centro de la novela es el gran von Neumann, un húngaro de origen judío, considerado el ingenio más brillante por sus superdotados colegas y cuyas contribuciones abarcan desde la mecánica cuántica y la teoría de juegos hasta la arquitectura de computadoras y la semilla de la inteligencia artificial. Aquí podría detenerme en glosar la vida y, sobre todo, la envergadura moral de von Neumann, pero ni estoy a la altura -lo hace mejor Labatut levantando acta, sin más- ni les puedo ocultar que constituiría un spoiler tan letal como explicar el título de la novela. La envergadura de Neumann no está clara, se podría decir perezosamente, como si el mal fuera banal o un despiste; cosa que dijo, salvando un universo de distancia, Arendt de Eichmann y le costó algún agravio con los rabinos.
La arquitectura básica de las máquinas de von Neumann, que quizás algún día pueblen los confines del universo que seres biológicos y presuntamente mortales como nosotros no pueden alcanzar (salvo que consigamos hacer origami con el espacio-tiempo), constituyeron una metáfora e inspiración, por lo que confesaron más tarde Watson y Crick, de la estructura del ADN, nada menos.
Pero la senda sigue: la semilla de la IA se plantó, razón narrativa por la cual Labatut nos transporta en el tercio final de la novela a la batalla entre la inteligencia artificial entre Lee Sedol, el mejor de los nuestros en el infinitamente complejo juego oriental Go, y AlphaGo, el representante del equipo cibernético. Hay un estupendo documental sobre la célebre partida, que el propio Labatut recomienda al citar sus fuentes, pero la narración en este punto supera el original. La simetría de dos movimientos de los contendientes les dejará pasmados. Spoiler: perdimos, pero…
La novela es magnífica, ya se puede colegir de lo dicho hasta ahora. Funciona como un pistón de emociones y paradojas que percute prosa sobre el fondo metálico, pero moralmente resonante, de la matemática y la ciencia del siglo XX y más allá. Además, va usando a placer tonos diferentes para cada una de sus tres partes, con eficacia adaptativa.
Mejor aún: al final quedará en la memoria del lector una pregunta. Y una tal que si le deja dormir, será entre sueños inquietos. Es lo que todos queremos, ¿verdad?