bajo tierra roberto Macfarlane

Bajo Tierra – Robert Macfarlane

Este despacho no sabe ya como recomendar los libros de Robert MacFarlane. Un secreto éxito en el mundo literario británico con  “Landmarks”, hace ya una década, ha ido construyendo historias sobre lugares cada vez más fascinantes, las historias y los sitios.   No es un escritor de viajes, aunque viaja y lo cuenta; tampoco de la naturaleza, aunque cada libro es una exploración de un espacio físico. Es un género de sí mismo: en inglés lo han llamado “places writing”; en fin, son muy prácticos.  Se podría decir que es un escritor del vínculo del ser humano con el medio físico, del vínculo emocional, lingüístico, prosaico, religioso y científico.  ¿Terrasyngrafía?

Sea como fuera, leerle es como caminar al lado de un explorador reflexivo, culto y amable.  El paisaje se va poblando de historias, historias que emocionan y asombran.

En “Bajotierra” habla del tiempo profundo cuando está hablando, en realidad, de la realidad bajo nosotros.   Descender a las grutas, cuevas, cenotes, minas,  observatorios hundidos y túmulos es viajar en el tiempo de Gea y de la humanidad. El caminante más que escritor casi siempre se hace acompañar por Virgilios de andar por casa, que conocen el lugar.  Escucharlos hablar con Robert, saber de sus vidas, es otro de los placeres de la lectura.

Pero, sobre todo, el asombro: cámaras funerarias de la Edad de Bronce escondidas en la costa de Finlandia en las que se vislumbra el esfuerzo humano por comunicarse acaso con nosotros; los búnkeres superlativos de desechos nucleares en las llanuras americanas de cuya existencia y letalidad queremos prevenir a generaciones tan distantes de nosotros (miles de años) que hemos de inventar un sistema semiótico por si ya no hablan ninguna de nuestras lenguas; las catacumbas de París reimaginadas por la gente, ejecutando un proyecto de topología y habitación que sólo pudo soñar Walter Benjamin; la red fúngica debajo de los bosques por los que los árboles se comunican entre sí; los ríos subterráneos, con su vida tan distinta a la nuestra. El tiempo geológico, de dimensiones tan sobrehumanas que no encontramos otra forma de atarnos a esas magnitudes temporales que enterrarnos en ellas: los túmulos son bosquejos de pétreas naves de eternidad.

Uno termina sus libros con la sensación de haber viajado en el mejor sentido: el viaje que, cuando le preguntan a uno por él, sólo devuelve un “estuvo bien”, porque desviamos la mirada, como atesorando cosas en nuestro pecho que bajo ningún concepto querríamos malbaratar al mencionarlas.  Esto, dice nuestro corazón, está dentro de mi profundidad. Está bajotierra.

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