Este libro es un clásico del pensamiento, pero no es pensamiento clásico.
Publicado en 1995, faltaba por aquel entonces quien colocara en su lugar filosófico correcto -preeminente, a mi juicio- la teoría de la evolución.
Sin necesidad de impugnar la fantástica grey del creacionismo o del diseño inteligente, lo cierto es que aún en el campo de la biología evolutiva había quien no terminaba de extraer todas las implicaciones de la teoría: hasta el gran Stephen Jay Gould tendía a buscar mecanismos teleológicos o no deterministas (lo que Dennet denominó “skyhooks”, ganchos anclados en el cielo) donde lo único verificable, y sólido, es que la evolución usa de “grúas”, mecanismos de elevación que se apoyan exclusivamente en sí misma. Cree Bennet que en el fondo faltaba aceptar la peligrosa idea de Darwin hasta sus últimas consecuencias.
Hasta aquí, bien. Pero el salto hacia la evolución de la cultura o, mejor, hacia una teoría evolutiva de la cultura (sobre la idea de “meme” de Richard Dawkins) es menos creíble, la verdad (pero los fans de Harari la disfrutarán).
Es un libro que me había prometido leer algún día.
No me decepcionó.