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Emmanuel Carrère y sus relatos desde el juicio por los atentados de París

Emmanuel Carrère (escritor, Premio Príncipe de Asturias) está narrando para L´Observateur los juicios por los atentados yihadistas de París de 2015, los que para la memoria colectiva son los atentados del Bataclan. EL PAIS publica casi sincrónicamente su traducción aquí. Atención, no es una crónica periodística: para eso, reconoce Carrére, ya el propio Obs ha destacado dos reporteros de pura cepa, que se unen a una legión de otros medios cuya reseña será puntual, inmediata. Carrère reconoce que irá con retraso, es decir, que lo suyo va a ser un relato. Aunque va a asistir, como los demás, a todo el juicio, su enfoque es el de un escritor.   Grandes juicios han tenido relatores insignes cuyo acercamiento a los hechos desborda la crónica judicial.  Por poner algunos: el guion para la serie de TV que terminaría después convirtiéndose en la película “Vencedores y Vencidos” sobre los juicios de Nüremberg; la filósofa Hannah Arendt con su extraordinario “Eichmann en Jerusalén”.  El enfoque de un escritor es diferente, claro. Se nota desde la declaración de intenciones: preguntado por las razones de su exposición día a día durante probablemente nueve meses al tedio burocrático que normalmente es un juicio (que tiene menos momentos memorables de lo que la gente cree), Carrère señala primero el interés por la impartición de justicia, claro, pero añade: “me interesan también las religiones, sus mutaciones patológicas”.  Y remata “Cuando se trata de Dios, ¿dónde empieza la locura?”. He aquí una cuestión más grande que el propio juicio, detectada por Carrère de la misma forma que Arendt detectó la cuestión de la banalidad del mal en el juicio a Adolf Eichmannn: ¿puede el mal absoluto corporizarse en el comportamiento aburrido, burocrático de un hombre común, por no decir mediocre como Eichmann? La corrección política anglosajona ha impuesto llamar “supervivientes” a las víctimas, sedicentemente porque la etiqueta las victimiza dos veces.  Es un pudor sólo aplicable a las víctimas vivas, claro; las otras seguirán siendo definitivamente “víctimas”.  La memez aún no se ha impuesto en Francia ni en nuestro país.  Entonces, Carrère se entretiene en distinguir entre las víctimas (¿no lo fuimos todos en diferentes grados?) de las víctimas/testigos, que son las que figurarán en el juicio, bien sea como parte, bien como testigos/acusación.  En cuanto a los criminales, está el idiota parangonable con Eichmann y el bicho despiadado, más inquietantemente inteligente, pasando por las zonas intermedias de lo atroz ordinario, de lo ordinariamente atroz Pero la locura, el adoctrinamiento (¿el mal?) es común.  Las crónicas de Carrère están, por supuesto, muy bien escritas: su estilo es acerado, pero ligero: no se demora en disquisiciones, pero llega lejos.  Y profundo. Y no deja de ser mordaz, de aterrizar las cosas, como cuando refiere la historia de Flo Kittyadministradora de la página web de la asociación Life for Paris y aglutinadora de las víctimas, sólo que simplemente no estuvo allí Pero cuya abnegación y dedicación le fue agradecida por las verdaderas víctimas, aún descubierto el pastel.  Al lado, claro, los grandes dilemas sociales de nuestro tiempo: para proteger la sensibilidad de las víctimas, el tribunal no dejó reproducir las casi tres horas de audio dentro de la sala de conciertos: las partes hubieron de contentarse con la transcripción de un policía quien, llegado el momento, hubo de impostar las voces de los asesinos.  La censura de protección se impone, parece, incluso donde toda prueba que nos acerque a los hechos debiera ser relevante. Y también la emoción: Carrère, poco dado a ello, llora ahora dos veces al día. En fin: según escribo esta reseñaCarrère va por el Capítulo 6 de lo que promete ser un largo viaje a un lugar extraño, que todos querríamos fuera distante, pero todo apunta a que está cerca de todos nosotros.  Si no dentro. 

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