Escribo esta reseña con vergüenza, pues éste es un libro que no terminé. La confesión de esa indignidad queda magnificada por la lente y circunstancia de que es una de las grandes novelas del siglo XX, la consagración del torrencial Thomas Wolfe en el altar de la muy torrencial novela americana del siglo XX.
Pudo conmigo, y me pregunto por qué. No puede ser su extensión, ni su complejidad: al fin y al cabo, repaso algunas obras que he disfrutado inmensamente y todas reúnen esas dos condiciones: el Ulises de Joyce, Elogiemos ahora a hombres famosos, (James Agee), Muerte de Virgilio (Hermann Broch) y 2666 (Roberto Bolaño) figuran entre las iluminaciones que he tenido y tendré. No, eso no es. Tampoco que sea muy americana (lo es, y sureña): en la novela americana hay una especie de espiritualidad de lo material, un vitalismo hasta en lo atroz, que me atrae.
Por explorar con dedos temblorosos una hipótesis más que por afirmarme en la petulancia del lector que se sintiera capaz de desdeñar una obra consagrada, quizás en El río y el tiempo me faltó interés por la trama. Y digo esto con la sorpresa (y nuevamente, vergüenza) de reparar en que igual reproche se podría hacer a las otras novelas mastodónticas arriba mencionadas. Refino el comentario: acaso es que, en algún momento, radiante y compleja como es la escritura de Wolfe, intuí que al final no me sentiría iluminado. Desafiado. No lo sé, quizás.